martes, 15 de abril de 2014

GIRANDO LA SUERTE, cuento



I
En ese tiempo estaba a punto de ser arrasado por las deudas. Tenía atrasos en las cuentas del celular, del apartamento y su administración y de las tarjetas de crédito. Esto sin contar con algunas letras que les firmé a un par de amigos. Estaba desesperado. Y lo peor,  estaba enamorado de Carolina, una mamacita con los ojos de un gato y un color de piel tostado en Miami. Una princesa que andaba en una camioneta Toyota y tomaba fotos. Cuando la conocí, a ella la pasaba sangre azul por las venas, en cambio yo no tenía ni para invitarla a un sándwich. 
La primera vez que la vi fue un día soleado, con esos calores de mierda de enero en Medellín. Yo había quedado de verme con unos amigos en un restaurante de comida italiana con terraza, para trabajar un rato. Para entonces, ellos dos estaban mejor parados que yo. Éramos ingenieros de producción, sabíamos echar cuentas, llevar estadísticas y hacer grafiquitas en Excel. Pero yo había corrido con los gastos de un par de deudas que me dejó mi papá cuando murió. El plan con mis amigos suponía volver a cogerle el pulso a la vida.
Lo cierto es que alguien nos presentó. Cuando nos dimos la mano, ella me miró con la intensidad de una mujer soltera y enamorada. Y yo la miré con la intensidad de un hombre soltero, enamorado y con ganas de echar un polvo. La conexión entre los dos fue inmediata. Alguien me preguntó si creo en el amor a primera vista. Lo que yo creo es que: el único amor, es el que hay a primera vista. Con una excusa pendeja le pedí el número de celular. 

Para poder invitarla a comer, le pedí plata prestada a uno de mis amigos. Cuando volví a verla, sus ojos quemaban el fondo de mis ojos. Nos enamoramos como locos.

II
En esa época yo trabajaba en una planta de confección que estaba a punto de  entrar en quiebra. El dueño de la empresa era un tipo que aplicaba los mismos trucos administrativos que venía ejecutando desde años atrás. Era un viejo que no revisaba un correo electrónico, le importaban un pito los indicadores que yo le llevaba en tablistas de Excel, renegaba de la universidad y a cambio hablaba bien de la experiencia, los años, las canas. En fin, toda esa mierda que dicen los perros viejos que ladran echados. Día a día avanzaba la avalancha: la empresa estaba a metros de quedar bajo el lodo de las deudas. Su mayor cliente quebró y la empresa no alcanzaba a conseguir otras ventas. Poco a poco el pantano nos tragaba. Los pagos a los trabajadores eran cada vez más inciertos. Los empleados de mediano rango llevábamos tres meses sin pago.
Mientras el jefe, el viejo estaba cansado de una vida de trabajo y quería mandar todo al diablo, yo tenía toda la energía y tenía la plena seguridad de que la empresa tenía un gran potencial comercial. Necesitaba un socio que inyectara capital de trabajo. Estaba angustiado. Un amigo, que sabía de mi situación, me dio el teléfono de Manuel Mosquera, dueño de una empresa de camisas. Quedamos en una reunión de trabajo pasa asignarme la confección de varios lotes de una referencia que estaba vendiendo muy bien. Manuel Mosquera me dio cita para reunirnos un lunes.
Ese fin de semana fui muy animado al apartamento de Carolina. Pero no le conté nada de Manuel Mosquera. No valía la pena hablar de eso. Así que mantuve la postura de un hombre que no se afana. Cuando la vi, estaba sonriente y me dio un fuerte beso. Luego alzo la cara: tenía la mirada encendida y la piel cremosa.
-Ven, te muestro unas fotos -dijo y me haló de la mano por el pasillo de su apartamento.

Le miré el trasero. Carolina me gustaba, me gustaba mucho y lo peor es que me estaba apegando a su personalidad. Me mostró orgullosa una serie de fotografías. Ella estaba feliz porque yo viera su trabajo. Sus fotos eran en Moravia, un barrial con casas de cartón y madera y calles empolvadas. Mostraban la pobreza, pero también las sonrisas de los niños. Las fotos eran muy buenas. Trasmitían una emoción. Eran tristes pero endosaban esperanza. Mostraban un sentimiento muy interesante: saberse triste pero con posibilidad de cambio. Luego de ver las fotos, Carolina me abrazó, me empujó contra una pared y me besó mucho.
Desde el viernes por la noche hasta el domingo en la tarde hicimos el amor diez veces. Estábamos muy gomosos. El sábado, cuando estaba cayendo la tarde y el sol entraba en su habitación en diagonal, ella me cabalgaba, tan linda, así, con los ojos cerrados, sintiendo un montón y yo le miraba las tetas brincando, queriendo estar dentro de ella para siempre, cuando se me vino a la mente el rostro de Manuel Mosquera. Yo follaba y no podía dejar de pensar en la cita del lunes con ese señor. Cuando terminamos, Carolina quedó rendida. Ella no decía nada de sus orgasmos, pero yo supe había tenido varios. Cuando esto sucedía, quedaba completamente abatida. Le acaricié el pelo cuando se durmió. Empezó a roncar como un gato.
-No quiero que me dejes -dije cuando supe que ya no escuchaba nada. las promesas de amor siempre tienen una tragedia.

III
Al lunes fui con toda la energía donde Manuel Mosquera. Con las utilidades de ese negocio, invitaría a Lina a las playas de Capurganá. A veces yo de decía Caro, o le decía Lina. Sería un programazo con ella, tumbado en una playa de arena blanca, con sombrillas, gafa negra, tomando unos Hemingway y al fondo el mar. Manuel Mosquera estaba de traje en su oficina. Dijo que ya tenía suficientes talleres de confección y de un manotazo me borró de su mapa.
-Entiendo perfectamente -le dije.
Sonreímos y nos dimos la mano. Hacerme gastar plata en pasajes. Malparido.
De nuevo estaba en el ojo del huracán. No sabía qué hacer. Estaba muy ansioso. Cuando salí a a la calle, a la gente y a los carros, me entraron ganas de llamar a Carolina. Me asusté aún más. Estaba muy enamorando, o sea, llevado del putas. Cuando sientes la necesidad de estar llamando por celular a otra persona ya no sos vos completamente. Una parte de ti está en otro lado, fuera de tu control. Me resistí  y no la llamé. Además, porque ella no me contestaría.
Con Caro me veía cada ocho días, pero en semana ella desaparecía. En dos o tres oportunidades que intenté hablarle no me contestó al celular y nunca me devolvió la llamada. Tampoco contestaba los mensajes por el chat del Gmail, ni por el Facebook. Se desaparecía. Perdida, perdida. Eso me volvía loco de celos. Me sentía impotente. Rabioso. Solo hasta el viernes a medio día, me podía un mensaje por el Twitter: ¿Nos vemos hoy? Y ya, nada más. En la noche yo llegaba a su apartamento y pasábamos juntos hasta el domingo. Así que ella no se enteraba de mí, ni yo de ella.
Creo que Carolina era diseñadora o funcionaria pública, ni sé. Su apartamento quedaba en una de las lomas del barrio El poblado, en un sector elegante. Tenía una camioneta Toyota donde se veía imponente cuando sujetaba el volante. Alguna vez me dijo:
-No traigas tu carro, acá no tienes dónde guardarlo.
Yo me mostré completamente de acuerdo y me  evitó la molestia de explicarle que no tenía carro. Y quedó zanjado ese asunto que me jodió en un principio porque no quería dar la imagen de un tipo montando en bus. Así que siempre llegué a su edificio en taxi. Caro no sabía que en mi  casa, a duras penas, pagaba el agua y luz. Ella no sabía que tuve que cancelar el servicio de tv, el de teléfono fijo y el de internet. Solo mantenía un celular en plan de pos-pago.
Una mujer de su edad hace rato sabe lo que quiere en la vida y ella me eligió a mí. Cuando le pregunté por qué estaba conmigo, contestó que no lo sabía, y que era mejor así, porque si lo descubría era muy probable que le dejara de gustar. Por mí parte, sí sabía lo que me gustaba de ella: su trasero sofisticado de modelito Diesel y su infierno interior, esa mezcla de misterio y de total entrega. Así era ella: los fines de semana era completamente mía. Y en semana, una completa desconocida.

IV
A la semana siguiente, me llamó una funcionaria de Catálogos Armand. Me preguntó si en la empresa confeccionábamos toallas.
-Por supuesto -le dije.
Me preguntó por la capacidad de producción, por el número de unidades diarias, semanales, mensuales. Le dije que el tema de la capacidad no era un problema, que dependiendo de las cantidades que necesitara y los tiempos de entrega lo solucionaríamos.
-Son 10 mil toallas –dijo-, para entrega cada quince días, es decir, 20 mil mensuales, para un primer contrato de 6 meses y de acuerdo como nos vaya lo renovamos por otros seis meses.
-Ya, okey -contesté, fingiendo tranquilidad, pero tuve que hacer un esfuerzo por mantener la calma y no ponerme a brincar de felicidad.
Le dije que no había problema. Yo hablaba en ese tono fingido de ingeniero con criterio. Acordamos una visita, para ella ver las instalaciones de la planta, la sala de corte, las máquinas, el personal. Todavía teníamos un tema pendiente sobre la mesa: el precio por unidad.

V
Al día siguiente apareció por la empresa y el viejo y yo la recibimos en la sala de juntas. Era una señora ejecutiva muy sexy. Tenía tacones, falda negra, gafas de aumento y cabello largo. Sus medias eran negras y sus aretes, manillas y bolso en verde cocodrilo. Seguro tenía un liguero debajo de esa falda. Era un lagarto divino y yo tendría que saber manejarlo. El viejo ni se inmutó. Ya nada le importaba. El precioso lagarto de minifalda llegó con un sujeto acuerpado y vestido de traje y corbata. Era su secretario. Lo primero fue bajarlos a la planta y les mostré el indicador de eficiencia de las operarias. Mi trabajo no había sido gratuito. Tanto presionarlas, tanto cronómetro, tanto respirarles en las nuca, tanto despido de gente querida pero ineficiente, tantas curvas de unidades producidas por día, tanta presión sobre ellas…, Uno pasaba por las filas de máquinas y todas trabajaban a un ritmo de máquina. Todo mi trabajo como ingeniero hijo de puta y abusivo había dado resultado.
Volvimos a la sala de juntas. Nos sentamos en la mesa y pedimos café a nuestra señora de los tintos. El lagarto de gafas se arregló el pelo, venía bien acalorada de la planta. El tipo no decía nada. Ella mandaba. Nos pidió un precio de confección para la toalla.
-1.500 por unidad -dije. Ya el viejo y yo habíamos estudiado los costos de producción y el margen de utilidad.
-Pero, caballeros –dijo-, son 20 mil toallas mensuales.
-El volumen -dijo el viejo-, es un arma de doble filo.
-700 por cada una –propuso ella.
De 1500 nos bajó de un tirón a 700. Era una gran diferencia. El viejo se levantó de la mesa:
-Bueno, muchas gracias por haber venido –y le extendió la mano al hermoso lagarto.
Ella lo miró asustada y carraspeó. Yo me levanté aterrado. Había esperado un momento como este en mucho tiempo y el viejo lo estaba arruinando. Lo cogí por el hombro y le hice bajar la mano y lo empujé con suavidad contra la silla. Por fin se sentó. En esas llegaron los tintos. La señora los repartió por la mesa.
-Dejemos el tema en 1.100 -propuse.
Ella miró al tipo.
-750 –dijo ella. Él se negó. Ella no era quien mandaba.
El viejo volvió a levantarse.
-Mire señora –di el último empujón –usted se dio cuenta de los indicadores de productividad y calidad, de nuestro compromiso. No creo que haya otra empresa así en la ciudad. No le fallaremos.
Casi me tiro al suelo y le beso la rodilla. Y se la hubiera besado, y aún más, se la hubiera mordido.
A la siguiente semana, estábamos descargando un contenedor con 14 mil toneladas de esa tela peluda para toalla. La ingeniería de producción es un látigo contra los obreros. Pero, qué le hacemos, así funcionan las cosas. Catálogos Armand nos hizo un adelanto. Pudimos pagar las nóminas atrasadas y tuvimos un colchón de dinero extra para insumos.
Ese fin de semana le dije a Carolina que saliéramos a comer.
-Dejemos los carro –le dije- para que podamos tomarnos unas copitas de ron.
Nos fuimos a un club de salsa. Yo estaba feliz. Por fin, podía gastarle plata a mi princesa. Cuando estábamos borrachos me cogió de la cara y me hizo mirarla a los ojos: los suyos estaban completamente locos y desviados. Hermosos.
A la siguiente semana estábamos en las playas de Capurganá como lo había planeado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuentazo!
Se ve que usted ha estudiado algo de guión, mi querido Andrés.

Recomendado desde la biblioteca La Floresta

   Por acá el recomendado: https://www.youtube.com/watch?v=2M4bWEU6SwQ

Entradas populares