A veces me antojo de tener novia con manilla de oro en el tobillo. A veces me antojo de novia ejecutiva. Y besarle las uñas en rojo Marlboro, las uñas de las manos y las uñas de los pies, en manos blancas, en pies blancos y uñas rojas. Me antojo de ponerle un collar de bolas grandes y aretes largos como campanas.
A veces me da por antojarme de pelo cepillado, blusa negra de tiritas brillantes y labial rojo escandaloso. Y una piel blanca. Muy blanca. Me antojo de una voz que me hable en francés, así yo no entienda un forro. Y que hable mucho. Mucho, mucho, porque quien habla mucho sin pensar es feliz.
Me antojo de unas medias de malla negra, de unos tacones altos y de ligueros morados. De una mujer desnuda con un chal en el cuello, lentes de sol, cantando feliz una canción de Frank Sinatra, bebiendo una copa de jerez. A veces me dan ganas de tener una novia abogada y morderle la rodilla cuando esté en traje minifalda de junta directiva. Y lamerle los tobillos. A veces, a veces me antojo de esas cosas.
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