lunes, 21 de mayo de 2018

COSAS DE NIÑOS



Era una tarde calurosa, de cielo sin nubes y completamente azul. Las sombras de los árboles refrescaban la hierba, las bancas y los senderos de piedra en el parque. Caminaba con mis dos hijas. En cada hombro cargaba una mochila rosada: una con delfines estampados y la otra con osos polares. En ellas, su mamá había empacado juguetes y algunos dulces para el paseo. Las niñas estaban vestidas con jeans, camisetas y tenis, nada de vestidos delicados y zapatillas para cuidar. Me gustaba devolverlas sucias, o mejor, me gustaba que tuvieran la libertad de jugar tranquilas. Nunca viví con la mamá de mis hijas, pero por lo general salía con ellas cada fin de semana. La más pequeña, de cuatro años, echó a correr por el prado abierto y la mayor, de seis, se lanzó a perseguirla. El pelo suelto les brincaba en los hombros. Ahora pienso que lo que sucedió aquella tarde se pudo evitar. Hubiera sido tan fácil irme con las niñas desde el primer momento que presentí el riesgo. Por lo general soy razonable, escucho argumentos. Sin embargo, hay cosas que me hierven la sangre y despiertan el simio vetusto y herbívoro que desconoce las palabras y las razones, cosas como que amenacen a mis hijas, por ejemplo. Soy de ellas, me tienen, me controlan. Mi relación con ellas es totalmente instintiva, no tolero siquiera que las miren mal, escapa de mi control.

Para seguir leyendo: http://www.universocentro.com/NUMERO92/Cosas-de-ninos.aspx 


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