domingo, 2 de marzo de 2014

Intensidad y conciencia

Pensando en el tema he llegado a la conclusión que he querido vivir con intensidad y conciencia. Intensidad quiere decir vehemencia, energía, furia, arrebato, atrevimiento y excitación. Y conciencia es conocimiento, sabiduría, cuidado, pulcritud, delicadeza, pero sobre todo concentración. Me gusta la vida intensa, pero culta, con arrojo pero elegante, excitada pero refinada como una orquídea de color fucsia y amarilla, con los pétalos insolentes y sin pudor, una orquídea cínica pero encantadora, porque toda elegancia es atrevida pero consciente. Y si en todos los casos no cumplo con estos dos requisitos ha sido precisamente por falta de, lo que más pido: conciencia. La bendita conciencia.
Si voy a sentir tristeza, que sea la tristeza más honda y oscura, nada de medias tintas y sentimientos a medio camino, no, una tristeza que me arrebate el ánimo y aún así levantarme y mirar el sol, ponerle el pecho al aire fresco de Envigado, ese aire que me gusta tanto, y mirarle la cara de frente al malestar, mirarlo a los ojos. Si voy a sentir tristeza que sea una tristeza intensa pero a la vez reveladora y consciente, que me transporte a otro estado, que me enseñe la alegría, el amor, la compañía, o la soledad. Una tristeza honda pero consciente. Y si voy a sentir alegría que sea una de esas que hacen llorar, y elevar una oración al cielo, y darle picos a todos, y aún así, quedarme sentado, tranquilo, sin darle picos a nadie, con la procesión por dentro, porque no hay nada tan desagradable que un hombre saltando de alegría.

Así quiero vivir. Así quiero escribir, así quiero amar, así quiero sentir. Así quiero odiar y perdonar. Así quiero olvidar, detestar y renegar. Así quiero trabajar y pensar. Así quiero dormir. Así quiero descansar y perder mi tiempo tirado en un sofá mirando por un balcón las montañas de Medellín: con intensidad y conciencia. Así quiero comer. Así quiero tocar. Así quiero mirar. Así quiero oler. Así quiero escuchar.

Así sean los eventos más sencillos y cotidianos. Bañarme, tomar café, respirar, ir con mis hijas, estar solo en mi casa, trabajar, hablar con la gente, leer, pero leer también a la gente, lee al sol, a las montañas, porque la lectura no solo es en los libros, sino en toda la vida.
No creo que esto es lo que todo el mundo deba pensar, ni es un evangelio que quiero difundir. Cada ser humano tendrá que descubrir sus motivaciones de vida, sus gustos, sus filosofías. Como decía Henry Miller “la gran meta en la vida es convertirnos en lo que somos más y más, en un ensayo fuerte y constante.”

Buscando esa intensidad y conocimiento, esa fuerza y conciencia, me he expuesto a varias experiencias de vida. Exponerme, esa es la palabra, el verbo clave. Los existencialistas franceses decían que para adquirir conciencia de sí mismo el hombre ha de encontrarse en una situación límite, por ejemplo ante la faz de la muerte, ello hace que el mundo se vuelva íntimamente próximo. Por eso visité un hospital mental, para saber qué es la locura y allí valorar la mediana cordura que me queda. Por eso visité un matadero de reses, para estar cerca la muerte y acercarme al sufrimiento animal. Por lo mismo visité una cárcel, un burdel, un hospital, un barrio miserable. Por lo mismo visité una playa privada, un hotel siete estrellas, un restaurante carísimo. Por eso tuve dos hijas, por lo mismo estudié ingeniería. Por eso fui soldado, panadero, guitarrista y vago. Porque quiero vivir la vida con intensidad y concentración. Porque quiero sentirme vivo. Por eso quiero viajar, concentrarme, amar, sentir, estar vivo.

Escribir solo es una consecuencia de querer vivir con intensidad y conciencia. De ahí se desprende mi trabajo como cronista y novelista, como comentador y ensayista, como editor y creativo.
Palabras claves: Intensidad, conciencia, sentidos, exponerse, experiencias límites, existencialistas, escribir.

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