Hago parte de ese grupo de personas que no escriben pero somos
solicitadas, por alguna razón, para presentar libros de los demás. Eso me
halaga. Y me preocupa, pues a medida que envejezco, más me solicitan, es decir,
temo que cuando se me llene la agenda de presentaciones sea porque la muerte me
respira en la nuca.
Como evidentemente la presentación de un libro es uno de los capítulos
de la cortesía social, así como los bautizos y los matrimonios y los entierros,
quiero empezar por felicitar a Andrés por su primer novela. Si fuera posible,
le dedicaría unas palabras también a la persona del autor pero debo confesarles
que realmente no conozco a Andrés Delgado.
He hablado únicamente tres veces con él. Y muy corto. La primera fue a
las puertas de la Universidad Eafit, estando yo encartado con una tarjeta
plástica tratando de franquear un torniquete brillante. Sea esta la oportunidad
de criticar la entrada a Eafit. La cantidad de problemas que ponen al ingreso
para los que no somos de allí es similar a la que ponen para entrar a lugares
importantes. Iba a criticar también ese nombre tan feo, Eafit, pero ofendería a
los eafitenses (yo no inventé ese gentilicio; no es mi culpa; así se dicen
entre ellos). Además Andrés es eafítico o eafitino o eafiteño o eafitón y sería
faltar de mi parte a la mencionada cortesía que adorna esta clase de eventos
académico-socio-culturales.
Siguiendo por las ramas, en esa ocasión en la que nos encontramos
Andrés y yo a la entrada de Eafit no hablamos de nada sustancial. Él me saludó
pero yo tenía afán de pasar por el torniquete y hacer firmar de alguien la
constancia de visita, pues después de tanto problema que me pusieron para
entrar, ya no me acordaba a qué iba. El segundo encuentro sí fue productivo: En
el zarzo de redacción de Universo Centro supe que este joven era un
porno-reportero que se dedicaba a visitar, disfrazado de yonofuí, los sitios de
la ciudad donde se pudiera encontrar alguna historia relacionada con sexo y
vicios y ojalá perversiones de las buenas. Con moteles, empelotadoras web y
putas desamparadas ya ha llenado varias páginas de tan prestigioso periódico.
En el zarzo tampoco hablamos mucho. Recuerdo que pensé: Andrés tiene cara de
delincuente inteligente. Talvez por efectos del licor lo confundí con alguno de
los otros integrantes de Universo Centro.
La tercera fue hace un mes. Andrés me escribió un correo invitándome a
presentar su novela. Acepté de inmediato pero fui enfático en exigirle que
primero la publicaran. Me contó que Planeta, su editorial, le había incumplido
con la fecha y que tan pronto tuviera el libro en las manos me lo entregaría;
“por el momento tenés que leerlo en pantalla de un pdf que te mandé” me dijo
muy campante. Y así fue. Terrible experiencia. Lo leí desde la pantalla,
echándome gotas en los ojos cada 15 minutos, para que no se me calcinaran. Para
no afectar más mis córneas, lo cité de noche para que habláramos de Sabotaje y
cuadrar el precio de mi intervención. Ahí supe que a Andrés le han servido sus
recorridos de porno-reportero por el bajo mundo: aceptó mi cotización pero
rompió el billete a la mitad para
asegurar mi asistencia. Espero que cumpla su compromiso.
Antes de continuar debería aprovechar aquí para criticar a Editorial
Planeta. Al libro le faltó corrección ortográfica. Hay errores protuberantes.
Hay uno nada más y nada menos que en el texto de la contratapa. La carátula la
despacharon con la primera idea que se les ocurrió y puede servir para
cualquier otro libro. ¡De una carátula con rastros de sangre, líbranos señor!
No quiero pensar que tanto error sea desdén por tratarse de un autor
desconocido, pero cómo hago si ya lo pensé. Cortesía, cortesía, ven a mí, no
dejes que me tiré esta presentación.
Así que, volviendo a Andrés Delgado, al que apenas conozco de leídas,
nadie podrá acusarme de complicidad ni de perfidia cuando diga lo que diré
sobre Sabotaje, su primera y quizás no última novela.
Empecemos por ahí, por el título. No se entiende fácil por qué se
llama así la novela, y cuando uno al fin pilla cómo es el asunto del sabotaje,
no interesa mucho.
La novela afortunadamente se defiende con lo que trae dentro. Es una
historia atrevida y novedosa. Que yo sepa es la primera novela colombiana que
enfrenta sin susto lo que pasa en los cuarteles de nuestro glorioso ejército
patrio. Algunas han tocado el espinoso tema de pasada o entre telones, pero
esta de Andrés pone de frente olores, delitos, vicios, balas, semen,
aullidos, y “muertitos” , para que no
quede duda de lo mugroso que es todo ese camuflaje militar. Es un informe
detallado de un año de mierda obligatoria. Que además sucede en Medellín, para
agregarle otro ingrediente al caldo de cultivo.
Después de leer Sabotaje aprovecharé para hablar de nuestro ejército
cada que pueda; y hablar de nuestro ejército es hablar mal, necesariamente. No
me abstendré de criticar a esa gente que exagera con el betún de sus botas, que
madruga y canta retahílas elementales en paupérrimos sonsonetes y habla en
claves insulsas hasta para pedir un favor. Hoy no es el día para rajar de
nuestras fuerzas armadas y menos aún por estos tiempos en que tendremos que
negociar la paz con él Ejército y con los demás protagonistas de tantas
salvajadas. ¿O sí?
La novela que nos tiene aquí sentados, Sabotaje, con sus tumbos, con
esa cantidad desaforada de personajes, y disparada tiro a tiro, tiene una
importante característica: La energía de contar lo que ocurre por acá.
Parece bobo elogiarla por ocuparse de las calles locales, de la ropa
que vemos en todas partes, de los vicios que olemos a diario, pero aunque lo
parezca, me esfuerzo en resaltar lo que eso significa. Y significa algo
supremamente valioso, pues el hecho de que hoy se esté escribiendo por entre
las tripas de esta nuestra ciudad, revolcando el intestino hasta casi el
vómito, perimitirá, ojalá pronto, que cuando nos miremos el ombligo, como
siempre lo hemos hecho, sea no para congratularnos sino para sorprendernos y
asustarnos de lo que salga por él.
Bueno, no me alargo más. Lo mejor es que lean Sabotaje y escojan qué
criticar y cómo. A mí me gustó. Es, además, un buen augurio.
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¡Qué pendejada tan grandísima es esto de presentar libros! Esto de
tratar de estimular a una audiencia para que se ponga en frente de un libro
nuevo. ¡un libro nuevo! Si hay tantos ya probados y para todos los gustos…
Pero ya lo hice otra vez. Fuimos víctimas de esa fe sorda en el poder
de las palabras, otra vez.
Casi quisiera decirles, para terminar, que se den un abrazo fraternal,
como al final de las dulzonas misas católicas. Que alcen los ojos al cielo,
ofrenden los 28.000 del libro y no se hagan esperar de dios el próximo domingo,
pero no sé cómo pronunciar dios con minúscula inicial.
Tampoco soy capaz de decir Patria, como la gritan, con mayúscula
sostenida, los reclutas. Quizás no puedan más que gritar su fe en la causa
metidos como están en ese peligroso río que es el ejército, donde además
desemboca la Iglesia.
Hermanos… podéis ir en metro.
Los civiles, arrr… ¡Paso de compradores!
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