En la madrugada una terrible diarrea me despertó y me empujó desde la cama hasta el baño. A penas me bajé la pantaloneta, en la boca del retrete, todo aquello salió con tal potencia, y era tal cantidad, que sentí explotar. Quedé exhausto y exprimido, como si por el culo se hubiera escapado mi alma. Terminé y como pude volví a tirarme en la cama.
Luego de
dormir por un rato volví a despertar. Eran las 10:30 de la mañana. La luz que
entraba desde el ventanal era insoportable. Qué asco tanto calor. El invierno y
sus abrigos, ─todos guardamos esa sensación─, es mucho más suave y elegante que
el verano. Me levanté para cerrar las persianas del balcón y eché una ojeada al
primer piso, al patio de la casa. Maria estaba limpiando la piscina. Con rabia
cerré las persianas y volví a la cama. No habían pasado cinco minutos cuando de
nuevo la agonía de la maldita diarrea me hizo salir disparado. Sentado, y por
un breve momento, se me fueron las luces de la conciencia. No podía enfocar con
los ojos ninguna cosa y tuve ganas de vomitar. Todo resultaba como si la noche
anterior me hubiera comido una sopa de tortuga espesa y podrida.
Terminé y de
nuevo tuve unas tremendas nauseas que me salivaron la boca. Me puse de pie y tiré
de la válvula del tanque de agua. Esperé de pie, mirando cómo se desalojaba toda
la porquería, tragada por un remolino. De nuevo tiré de la cuerdilla. Para
recuperar el ánimo y las fuerzas, hay que tocar fondo, dejarse caer. Cuando el
agua estuvo limpia me introduje un dedo por la boca, casi tocando la faringe, y
me provoqué un vómito del carajo. A ver si con esto aprendía el cuerpo. En las
arcadas me salía bilis trasparente. Tuve un sabor ácido en la lengua. Tomé un
trago de agua del lavamanos, hice buches y escupí, tratando de limpiar de la
lengua ese sabor caustico. Me miré al espejo. Tenía los ojos explotados en
sangre.
Puta vida del
culo. Sabía que no podía seguir así.
De nuevo me
fui a la cama. Dejé en el baño las tripas y con ellas se fueron mis fuerzas y
todo asomo de voluntad. Acostado, con un dolor de cabeza insoportable y
tratando de dormir un poco más, me quedé pensado en la noche anterior: En la
barra de un bar estuve conversando con un tipo que no conocía. Era uno de los
sitios más sofisticados del sector de la 23. El recinto lucía muy calmado. La
música se extendía liviana, refinada. Me senté en la barra y pedí una cerveza.
El vecino me miró sorprendido.
─¿Una
cerveza? ─preguntó─ tómese alguna de
estas bebidas que preparan aquí.
Y me extendió
una carta de cocteles sobre la barra. Ambos estábamos sentados en sillas altas,
redondas y sin espaldar.
─Está bien─ dije,
y ordené un coctel Mariachi.
La cara triangular del tipo estaba tallada en el VIP de Montecarlo. Después de unas cuantas palabras reparó en mi reloj. Agachó la cabeza y me calibró el calzado. En adelante se mostró más ameno y libre para hablar. Me di cuenta de que era bastante vanidoso pero a la vez muy inteligente y sinvergüenza. Sólo las personas que tienen demasiado dinero pueden ser descaradas y pulcras al mismo tiempo. Yo he valorado siempre la insolencia. Poseerla es una virtud, además, delata la carencia del miedo y otorga el descaro, la licencia, la sinceridad.
Ya habíamos bebido varios cócteles y ya tenía la cabeza inflada con licor cuando le comenté la historia de mi ex, Susana. De manera muy resumida, pero se la conté de principio a fin. Al terminar le dije:
─Sí, después
de todo y hace semejante cosa.
─Mucha perra
malparida ─comentó.
Yo lo miré sorprendido.
Como digo, he valorado la insolencia, pero pues, no para tanto.
─Menos mal la
echaste ─continuó diciendo─ porque te digo que esa tal Susana era una mala
mujer.
―Pues sí,
pero...
―Por eso,
como te digo, una perra ―y se echó otro trago. Me miró ―una
perra malparida, o no, diga a ver si no.
Me quedé mudo
y lo miré con los ojos inyectados de rabia.
―No me mire
así, usted mismo me lo contó, ¿no? esa Susana es una perra, una mala mujer,
una basura, una perra hija de las mil…
Entonces le metí un
hijueputa puñetazo que lo derribó de la silla. Fue un piñazo violento contra el rostro que lo cogió
desprevenido. El tipo se derrumbó atrás con las manos como un Cristo tratando
de hacer equilibrio y fue a chocar contra otras sillas vacías en la barra.
“Qué mierdajo”, me dije acostado en la cama pensando en el suceso, ésa es una de las peleas que no vale la pena comenzar. Además porque: ¿qué otra cosa podría decir el tipo luego de escuchar semejante historia?
Tirando en la
cama y pensando en todo esto me di cuenta de que ya no dormiría más. El sueño
estaba gastado. Me levanté y fui hasta la cocina. Todo estaba muy limpio y olía
a limón. Saqué de la nevera una jarra con suero frio. Cogí un vaso largo, lo llené con la bebida y me
refresqué la garganta con un trago.
Lo que digo es: qué otra cosa pudo haber dicho el tipo en el bar luego de escuchar la historia de Susana. Hacía dos meses que no hablaba con ella y pensaba que ya la había olvidado totalmente. Pero no era así… y sino por qué diablos le pegué al muchacho del bar cuando desgranó su insulto.
─¡Qúe vaina!, ─me dije─, pero bueno, qué se va hacer.
Sacudí el
vaso como si tuviera hielos y tomé otro trago.
1 comentario:
Cuando leí me quedé pensando: Quién tuvo la razón? el protagonista? el otro man del bar, ese que parece gay?
Lo que creo es que los dos tienen razón. El gay tuvo razón en decirle "perra" a Susana y el otro tuvo razón en darle el piñazo.
El gay tiene razón: No sabemos qué fue exactamente lo que hizo Susana, pero seguro fue algo feo, muy feo, y por eso el comentario tan fuerte. El gay es un cínico, desvergonzado y no tuvo pelos en la lengua para decir lo que pensaba.
Pero el protagonista también tuvo razón en darle el puñetazo. Sabe que Susana lo traicionó, pero todavía la ama. Le dolió que el tipo llamara así a su ex. Este man ama y odia a Susana, todo a la vez...
Además el tipo no es cualquier pelele. Casa con picina? eh, quiay!
El cuento tiene esa paradoja. Amar y odiar. Acusar y defender. Así somos.
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