William Sanders Paley tuvo que abandonar San Francisco, e instalarse en New York, para gozar con la libertad de opinar lo que le venía en gana. Sus descaradas columnas de opinión levantaban odios y aplausos. De modo que prefirió dejar de recibir amenazas, sobre todo de grupos feministas en su domicilio, y se marchó al otro lado de la costa.
Lo mismo le sucedió al escritor colombiano Fernando Vallejo quien, para tener la libertad de aconsejar el asesinato del presidente de Colombia y acusar a María Auxiliadora de amparar a los peligrosos sicarios de Medellín, tuvo que dejar el país y esconderse en México.
Lea PIEL DE TOPO
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