lunes, 14 de marzo de 2011

BIENVENIDO AL EJÉRCITO

Por fin, puedes decidir qué hacer con tu vida. Hacer lo que te venga en gana. Estás en último año del colegio y ha llegado el momento de hacer realidad lo que siempre soñaste.

Puedes mandar al carajo las matemáticas y la filosofía. Nunca volver a leer un libro. Ganar dinero. Largarte de la casa. Volverte comerciante, viajero, traductor o periodista. Las puertas están abiertas para elegir cualquiera de ellas y ganarte la blanca como tú decidas. Podrías también estudiar lo que realmente te interesa. Elegir una carrera, una universidad, una profesión. Puedes comenzar a caracterizarte. Cambiar de pinta, de novia, de amigos. Estás a punto de quebrar tu vida en dos. Tu futuro se abre y sueñas con él.

En once grado, la posibilidad de irte un año al ejército es solo eso: una posibilidad, una imagen lejana y borrosa, un espectro flotante, un espejismo en el desierto. Un año en el ejército retrasaría tus proyectos. El servicio militar obligatorio es una pérdida de tiempo. Sin embargo llega el día de la incorporación. Tienes que ir al estadio con el resto de bachilleres y resulta que esa lejana posibilidad, ese espectro flotante, ya no es un espejismo en el desierto sino que de repente, de manera inesperada, chocas las narices contra el muro de la realidad y estás empacado como una res en un camión militar.

Es hora de empuñar un fusil. Ha llegado la hora de abrir los ojos y poner los pies en el piso. Ha llegado la hora de dejar tu casa, tu cama, tu comida, tus películas, tus amigos y tu novia. Tienes que dejar a mamá y papá, pero eso no te importa. Igual estás fastidiado. Estás cansado de sus chochadas y cantaletas. No veías la hora de largarte de tu casa y vivir como te viniera el apetito. Hacer fiestas en un apartamento que alquilarías, llevarías tus amigos, beberías y cantarías borracho cada sábado, dormirías con tu novia hasta el medio día sin el alboroto de tu mamá. Fumarias en tu cama viendo televisión, no lavarías los platos y la alacena estaría repleta de chucherías, salchichas y cerveza. Sueños, fantasías, ilusiones. Te largas de tu casa, pero no precisamente para una guarida hecha a tu medida. Porque ahora eres un maldito recluta.

Lo primero que te aplican en el batallón es una humillante rasurada en la cabeza. Quedas igualito al resto de tus compañeros, con el cuero cabelludo pelado como el lomo de las ratas pardas. Te pones el uniforme y te calzas las botas. Te paras firme en una formación rectangular en la plaza de armas. El sol pica en la cabeza. Eres parte de la compañía D. Un capitán grita y maldice al frente de la formación. Todos los reclutas lucen igualitos: botas lustrosas, chapas brillantes, pantalones lisos, camisas ajustadas y la calva al sol. Por ahora, todos ustedes no saben cantar el himno nacional, no saben marchar en orden cerrado, ni disparar un fusil, ni siquiera limpiarlo. Es decir, son unos completos inútiles. Son basura. Pero tranquilo, quédate tranquilo porque muy pronto todos ustedes se transformarán en gloriosos hombres de la patria. Todos ustedes, quienes llegaron al batallón rozagantes y pulcros, vestidos de jeans y tenis, caerán en fila por el embudo de una siniestra máquina PinkFloydiniana, que muele carne y huesos, y vomita asquerosos soldados.

Todo el entrenamiento militar se basa en el castigo. Te castigan porque sí, que castigan porque no. Si no hay razones, los tenientes se inventarán una excusa para trasnocharte y joderte el sueño. Mientras más trasnochado, flaco, humillado y hambriento es mejor para ellos. Te volverás obediente y sumiso. Nunca volverás a refutar sus órdenes. Las sanciones crueles, absurdas, humillantes y desproporcionadas son el aceite para el buen funcionamiento de la milicia. El servicio militar es una tortura.

Durante el entrenamiento haces ejercicio y cantas todo el tiempo canciones de guerra. Resulta increíble cómo el castigo y el canto modifican tu mapa mental. El castigo y el canto son ejes cardinales del entrenamiento: enseñan al recluta a encajar con obediencia en el rompecabezas. El soldado, además de aprender la disciplina, va asimilando la impotencia y con ella la rabia y la violencia, estados de ánimo muy provechosos para los comandantes quienes saben explotar estas reacciones en el campo de batalla.

Las técnicas de entrenamiento militar son especialistas para el lavado de cerebro y la estandarización mental. Las diferencias mentales entre ustedes los reclutas quedarán borradas con el entrenamiento. En un ejército no se piensa, se obedece. No cuenta tu opinión, tu gusto, tu pensamiento. Eres parte de un ejército, de una formación perfecta, disciplinada e inmóvil. Eres una máquina de guerra. Para ir a la guerra, para ir en busca de un tiro que te parta la columna y te deje parapléjico de por vida, para hacer tu trabajo como soldado, no puedes tener la cabeza en su sitio. Tienes que estar loco de remate. Para obedecer a un malparido capitán, que te manda directo a una mina quiebra-patas, tienes que estar chiflado. Ese es el objetivo de la instrucción militar: cagarte el criterio. El entrenamiento es una terapia perfecta para hacerte perder la cordura.

Entonces ya no eres nadie. Eres un robot. Eres un maldito soldado. Carne de cañón. Estandarización mental, al mejor estilo del señor Ford. Las tripas enredadas que tienes metidas en la cabeza también quedarán molidas. Quedarás sin cerebro. Cualquier proceso productivo en masa quisiera utilizar las técnicas militares de estandarización. Ya quisieran esas empresas que sus empleados se comportaran como soldados, uniformados, rectangulares, firmes y obedientes, caminando directo a la línea de fuego. La desventaja que tienen los gerentes de empresa, al respecto, es que no pueden agarrar a pata limpia a sus empleados, ni darles un buen puñetazo en el estómago para que se callen y hagan caso. Su desventaja productiva es que no pueden internar a sus trabajadores en un campo de concentración, gritarles insultos, sacarlos a las duchas a mitad de la noche y luego, en chanclas y en pelota, obligarlos a dar 20 vueltas trotando al campo de parada. Un justo castigo porque no entregaron un pedido a tiempo. La desventaja de las empresas comerciales es que no pueden lavarle el cerebro a sus empleados es un tiempo record de tres meses comiendo mierda. Si los gerentes tuvieran esta posibilidad estarían felices. Luego que sus empleados trotaran las 20 vueltas, en chanclas y en pelota, es seguro que la entrega de pedidos no volvería a retrasarse.

La desventaja de los gerentes de empresa es la gran ventaja de los coroneles y del ejército. Allí te puede moler a golpes. El resultado es que marchas como debieras. Pero no solo tú. La eficacia del entrenamiento militar es que todo un ejército de hombres marche a un sola vos. Una multitud de soldados marcan el paso, igualitos, todos a la vez, sin equivocación y sin posibilidad de desobediencia. Viajas en una banda automática. Viajas de camuflado, casco, botas y peligrosamente armado. No puedes ni pestañar. Si te rasca el sobaco tienes que aguantarte. Tienes que seguir marchando siguiendo las órdenes de un coronel, de uno solo. Un grito: ¡atención firmes! y un batallón de mil hombres queda petrificado. Entonces estás jodido.

Terminado el entrenamiento te mandan a una base militar. Ya pasaste el periodo de prueba. Estás contratado. Tienes un trabajo como soldado. Un peligroso trabajo, donde te pueden matar por ello, y paradójicamente recibes un sueldo miserable. En cambio, tienes que cuidarles el culo al alcalde y al gobernador.

Vas a una base militar en el centro de la ciudad. Estas de guardia en la entrada de la base. La gente pasa por la calle y te mira. Eres como el león en el zoológico. Generas respeto. Claro, con ese fusil en las manos todo el mundo tiene que respetarte. Encarnas la ley y el orden. Je je. No te han visto fumando marihuana en el alojamiento, ni prestando guardia borracho, ni comiendo puta, ni alquilando tu fusil para que roben carros con él. Pero los peatones te respetan. Eres parte del brazo armado del Estado. En tus músculos y botas se sostiene la legitimidad del gobierno. Lo representas.

Parado en la guardia, miras a los civiles. Tienes mando sobre ellos. Si te viene en gana puedes detener a un sujeto en la calle. Decirle que se ponga de espaldas y él tendrá que hacerte caso. Lo requisaras, nada más por joder. Porque estás aburrido y cansado en la guardia. Si te da el apetito lo detienes. Te lo llevas al calabozo y el sujeto te obedece, reniega pero finalmente te obedece. Eres un soldado, estás armado, representas al Estado. El sujeto tiene que hacerte caso. Lo llevas al calabozo de la manera más injusta. Lo mismo hicieron contigo los tenientes y capitanes en el batallón. Sufriste castigos odiosos e injustos. Te golpearon y te humillaron. Lo mismo harás con los civiles. Es tu venganza. Las cosas han cambiado y ahora tienes que sacarte la espina. Los civiles no saben marchar, ni cantar el himno, ni disparar un fusil. Son basura.
Estas perdido soldado. Ya eres una máquina de guerra.

Si ves a un sujeto orinando en la calle, te dejas ir y, sin previo aviso, lo agarras a pata. Por hijueputa, por cochino, por indecente. ¿Qué se cree orinando al frente tuyo, al frente de un soldado?

Otra noche, ves a un ladrón. Se roba un carro. Haces un disparo al aire. El ladrón no tiene tiempo de treparse al carro y sale en bombas de fuego. Corres detrás del ladronzuelo que se vuelva por un callejón. Detrás de ti van otros soldados. Corres a toda velocidad y al girar en la siguiente esquina, el ladronzuelo te espera, atrincherado, a mitad de cuadra. Cuando te ve, dispara dos venenosos cartuchos. Los impactos abren un bocado contra el muro a media altura. Te agachas y vuelves a la esquina. Te cubres. Mierda, casi te matan. Por un pelo y te rompen los riñones. No importa tienes que seguir. Tienes que agarrar al maldito ladrón, así te vuelven la cabeza.
Miras por el borde y el tipo corre como loco. En ese momento eres alcanzado por tus compañeros. Todos ustedes salen detrás del pilluelo, quien a intervalos dispara su revólver. Todos se arrodillan como un pelotón de fusilamiento, apuntan, y disparan contra la espalda. El tipo se derrumba. Te acercas y ves la muerte. Estás impresionado. Nunca habías estado tan cerca de un cuerpo sin vida. Una bala, una sola bala lo derribó. El cartucho impactó por la espalda y salió por el pecho. Por detrás, un huequito rojo de sangre. Por delante, el pecho destrozado. Pobre rata. ¿A quién se le ocurre enfrentar un revólver contra una docena de fusiles?

Entre ustedes se miran ¿Quién lo mató? No se sabe. Solo uno de ustedes es el responsable. Uno solo es el asesino, pero todos comienzan a llevar la culpa. Finalmente todos son unos asesinos. Todos quisieron matar al malandro. Una pobre rata con un revólver contra una docena de soldados y fusiles. Mirando el cuerpo sin vida descubren la cobardía. Se avergüenzan entre ustedes. Se callan, no vuelven a hablar sobre el asunto. Es mejor así.

Sientes lo peor. Te sientes sucio y repulsivo. ¿Piensas decirlo a tus padres? Sinceramente, ¿crees que ellos merecen escuchar algún día esa historia? No, no lo merecen. Nunca les dirás que eres un maldito cobarde. ¿Les dirás a tus amigos? No, por supuesto que no. Te avergüenza. Y cuando todo esto termine y vuelvas a la civil ¿El ejército te lavará la culpa? En adelante muchacho, serás un asqueroso soldado.

El servicio militar es una experiencia extrema. Una aventura de de alto riesgo. El ejército es una droga que extravía la conciencia. Una substancia psicoactiva que traspapela la cordura.
De manera amigo que si te sientes muerto en vida y quieres sensaciones fuertes, vete para el ejército.

Si no has pegado un puñetazo, una patada, si no has humillado, maltratado, si no has explotado su instinto, tu fuerza bruta, en el ejército lo podrás hacer.

Si no te han roto la nariz de un piñazo, si no te han rayado con un cuchillo, si no has sentido cerca un fogonazo, si nunca te han disparado al pecho. Si no te han dado impulsos de matar a nadie, en el ejército te darán ganas de matar a tu amigo y por ahí derecho te darán ganas de volarte la cabeza.

Si nunca te hicieron falta las sopas de tu mamá, los regaños del papá, la joda de la hermanita. Si nunca te has partido de hambre y todo lo has tenido a la mano, allá sabrás qué es comer arroz pegachento como si comieras un manjar del cielo.

Si nunca has sentido pánico, haya sentirás verdadero terror, arrastrándote por debajo de alambres de púas, bajo los disparos de tus comandantes. Si nunca te has cagado de miedo, si nunca que se te ha helado la sangre por cuenta de un sicario que te apunta al pecho. Si nunca has sentido la posibilidad de ser presa de un ataque guerrillero y que te cercenen la garganta.

Si nunca te emborrachaste con tus parceros, ni bromeaste con un fusil de largo alcance. Si no sabes qué es la amistad, allá sabrás que si no tienes un par de buenos aliados, terminarás desnudo en un calabozo culeado por negros callejeros.

Si nunca le has dicho a un amigo que es un miserable hijo de puta, que su mamá te encanta, que la pondrías a chupar y la dejarías en cuatro para culearla como una perra. Si nunca en tu vida has sufrido de incontinencia y, muerto de lujuria, no te han dado ganas de cogerte un travesti.

Si no has hecho nada de eso, entonces, entonces querido amigo, bienvenido al ejército. Acá sabrás lo que es realmente bueno.

Lea tambien el segundo capítulo de la novela HORAS DE GUARDIA.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenas tardes Andrés, no encontré otro medio para comunicarme con Usted, soy de la Central Ganadera S.A. y necesito hablar con Usted, por favor comuníquese al 4449272 ext 157

Recomendado desde la biblioteca La Floresta

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